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martes, 19 de abril de 2011

La verdadera historia de la "Estudiantina portuguesa" ( y III)

La noche en que se estrena en el madrileño Teatro Alcázar La hechicera en palacio, el público asiste entusiasmado al mayor acontecimiento teatral de los últimos meses. Casi 3 años consecutivos a teatro lleno estará La hechicera en cartel, y no sólo gracias a su divertido libreto sino a su prodigiosa batuta, muy especialmente a un número que, prontamente, pasó a popularizarse entre los patios de vecindad, salones de té, discos de pizarra, cancioneros, folletos, publicidad y radio. La "Estudiantina portuguesa" se convirtió junto al "Pichi", "Los nardos", "¡Mírame!" y "El beso" en los cinco números más importantes de la carrera artística de Celia.

Su popularidad es tal que fue versionado en infinidad de ocasiones, apareció en multitud de películas y fue incorporado al repertorio de cientos de bandas y tunas de toda España.

Aparece, además, formando parte de la banda sonora de películas como "La marcha verde", "Mi hijo no es lo que parece", "Dos chicas de revista", "La comunidad"... así como en decenas de programas de televisión: "La comedia musical española", "Música y estrellas", "Pasa la vida", "Encantada de la vida"... Su letra ha variado en algunas ocasiones y allá donde en el original se cantaba "de flores rojas va cubierto el litoral", se ha cambiado por "de flores rojas va cubriendo el litoral".

En definitiva, estamos ante, permítanme amigos lectores el ejercicio de subjetividad, el segundo himno de la revista musical española. El primero, "¡Mírame!"




¡¡VIVA LA REVISTA!!

La verdadera historia de la "Estudiantina portuguesa" (II)

Cuando Celia Gámez escucha la nueva melodía que Padilla y Rigel han compuesto expresamente para ella, su corazón no cesa de bombear incesantemente conocedora del seguro éxito que le va a provocar cuando la cante.

Mientras la ensaya, advierte a sus chicas que todo ha de salir a la perfección, que no quiere error alguno y que han de trabajar hasta la extenuación con tal de que el número salga absolutamente perfecto y los primeros compases comienzan a sonar... Celia y sus tiples, ataviadas a la antigua usanza de los estudiantes de Coimbra, bandurria en la mano, comienza a cantar...

Somos cantores de la tierra lusitana,

traemos canciones de los aires y del mar.

Vamos llenando los balcones y ventanas

de melodías de la antigua Portugal.

Oporto riega en vino rojo las laderas,

de flores rojas va cubierto el litoral,

verde es el Tajo, verdes son sus dos riberas,

los dos colores de la enseña nacional.

¿Por qué tu tierra toda es un encanto?

¿Por qué, por qué se maravilla quién te ve?

¡Ay, Portugal, porque te quiero tanto!

¿Por qué, por qué te envidian todos? ¡Ay, por qué!

Será que tus mujeres son hermosas,

será será que el vino alegra el corazón.

Será que huelen bien tus lindas rosas

será, será que estás bañada por el sol.

Celia hace hincapié en el ligero doblamiento de la pierna de sus tiples cuando la secunden en una preciosa coreografía milimétricamente calculada para lucirse sobre escena.



La verdadera historia de la "Estudiantina portuguesa" (I)

España, 1950. Los libretistas Arturo Rigel y Francisco Ramos de Castro acaban de terminar un libreto para la amiga de ambos, la inigualable y, ya mítica, Celia Gámez. Celia, que convierte en oro todo lo que toca, ensaya entusiasmada el libreto de la "opereta de gran espectáculo" titulada La hechicera en palacio con una compañía que encabeza ella misma y cuya puesta en escena pretende que se haga realidad en las tablas del madrileño Teatro Alcázar.

José Pàdilla y su mujer, Lidia Ferreira "Ferri", han compuesto una preciosa partitura musical para mencionado libreto. En ella figuran números como "¿Quién eres tú?", "Pienso en ti", "Olvídame", "Yo soy el rey", "Yo le suplico a su Alteza", "Llegada de las Delegaciones", "Himno de Taringia", "Soy un polizón", "Canción de Arturo Taolí", "Fiestas reales en Taringia", "Llegada del Príncipe Picio"... y un dueto cómico expresamente compuesto para Pepe Bárcenas y Olvido Rodríguez.

Los veteranos actores ensayan entusiasmados el número, pero hay algo que no acaba de cuajar en la puesta en escena del mismo.

"Celia, mira esto". Le comenta Rigel a la supervedette. La argentina se acomoda en su butaca y observa pacientemente el dúo que interpretan Bárcenas y Rodríguez, hasta que, de repente, se levanta rápidamente de su asiento y le espeta al maestro Padilla, batuta en mano: "Maestro, esto no puede ser un número cómico, esto va a ser un número bomba y lo voy a interpretar yo".

Padilla y Rigel cambian la letra y la música. Una vez compuesto el número número, se lo hacen llegar a Celia. Ésta, estalla entusiasmada por lo que espera que se convierta en el himno de la revista musical española...

domingo, 23 de mayo de 2010

Aquellas inolvidables revistas... (XXV): La hechicera en palacio (1950)

El 23 de noviembre de 1950 y en el escenario del madrileño Teatro Alcázar, a donde se había instalada junto a su Gran Compañía de Operetas y Comedias Musicales, Celia Gámez estrena con libreto de Arturo Rigel y Francisco Ramos de Castro con música de los maestros Padilla y Ferri, la grandiosa opereta La hechicera en palacio que incorpora a su partitura una de las melodías más importantes del género, esto es, la célebe “Estudiantina portuguesa”:
Pero la revista en sí constituyó otro resonante boom teatral, siendo acompañada en esta ocasión por Carlos Tajes, Olvido Rodríguez, Pepe Bárcenas, Olvido Rodríguez, Cipriano Redondo, José Santocha, Julián Herrera y Paquito Cano, entre otros:
Taringia, país imaginario, va a celebrar las fiestas conmemorativas del tricentenario de su fundación; pero éstas se van a ver empañadas por la inminente ejecución del pirata Arturo Taolí, arrogante y generoso ídolo del pueblo (al punto que le envidia el mismo rey acusado injustamente de haber dado muerte a Fabio Lupio, quien, en realidad, fue mandado asesinar por orden de la reina Deseada, despreciada en su amor por el valiente pirata.
Cornelio V, rey de Taringia, sufre una extraña enfermedad y, la única persona en Taringia que podría llegar a curarlo sería Patricia, hermana de Fabio, una hermosa y bella hechicera, reina del barrio de la Herrería, con poderes mágicos, enamorada secretamente de Arturo Taolí promete al pueblo que éste no morirá y que llegará hasta palacio para impedir el ajusticiamiento de aquél.
Efectivamente. El juramento de Patricia se cumple. Ésta ha sido nombrada dama de honor de la reina Deseada. Por fin la hechicera está en palacio, aunque lo que ella no sabe es que la propia reina desea tenerla cerca para poder vigilarla aún a sabiendas de los sentimientos que aquélla siente por Taolí.
El pueblo entero se da pues cita en la plaza de armas del castillo regio. Taolí va a ser ejecutado: “Esta es la justicia que Su Majestad Cornelio V de Taringia manda hacer en la persona de Arturo Taolí, pirata y ladrón, conspirador y asesino de Fabio Lupio. La justicia del Rey ordena que sea decapitado en la plaza de armas del castillo prisión de San Nazario a la vista del pueblo y que su cabeza se cuelgue en la picota para escarmiento de malhechores”.
Pero en el preciso instante en que el noble pirata va a ser ajusticiado, el rey le concede la libertad a cambio de que interceda ante Patricia y cure su enfermedad. Aquél entonces se niega. Patricia intenta interceder ante Cornelio pero de nada sirve. Arturo pide entonces un último deseo. Cantarle al pueblo:
No me importa renunciar
a lo que soy, ni a lo que fui
porque su amor
ha de ser para mí.
Por amar a una mujer
voy a morir con ilusión,
pues viviré
para su corazón.
Concluida su petición, el verdugo, hacha en mano se dispone a ejecutar la orden real; pero la llegada del Príncipe Picio, aplaza la sentencia para otro momento. Patricia, a escondidas, visita entonces a Taolí en su lóbrega prisión. Allí, encadenado con grilletes, le pide a la hechicera que reciba en su seno a una mujer que, procedente de España, va a llegar a las costas de Taringia. Esa mujer es muy importante para él. Es su novia de España:
Las majas españolas llevan por dentro,
llevan por dentro
unos cascabelitos
cascabeleros de alegre son;
y su repique suena con alegría, con alegría
prendiéndose risueña en las alitas del corazón.
¡Ay, Manolín, Manolín,
ni que sí ni que no,
ni que no ni que sí!
Patricia, empleando sus poderes, libera a Taolí y promete hacerse cargo de la mujer; pero, aún así, la hechicera no puede dejar de pensar en Arturo:
Pienso en ti
y un rayo de sol
hace arder
mis ansias de amor.
Ese es mi mayor placer.
Mi dulce ilusión
también.
Pero tú me olvidarás.
Mi dulce ilusión
serás.
Pienso en ti
en ti nada más.
La corte mientras tanto se reúne; no sólo a Patricia la hechicera van a imponerle el Collar de la Verdad sino que el Príncipe Picio, joven delgado, pálido, ojeroso, débil y, para más señas, muy muy dormilón, llega a Taringia procedente de Europa acompañado de su aya Sebastiana, Gran Duquesa del Pompín, esposa, a su vez, de Epifanio, Gran Duque del Pompón, amigo personal del rey Cornelio. Picio al parecer era un joven despierto y muy vivaracho cuando se fue a recorrer Europa para aprender a convertirse en hombre y educarse correctamente y ahora ha vuelto hecho un desastre, ¿por qué? La Gran Duquesa del Pompín tiene la respuesta y es que lo ha consentido tanto y en todos los aspectos posibles que Picio se aburre sobremanera, claro que hasta que conoce a Patricia con la que vuelve a su antiguo estado y de la que se enamora locamente:
Yo le suplico a su Alteza
que por favor se retire
porque al mirarle a mi lado...
No me mire, no me mire.
Porque yo soy muy sensible
y si a mi lado le veo,
como me miren sus ojos...
Me mareo, me mareo.
Déjeme que me sostenga.
A mi pregunta responda:
¿Qué le parezco a su Alteza?
¡Qué es la monda, qué es la monda!
Su timidez me enamora ¡ay!
¡Qué señora, ay, que señora, ay!
Pero hay que disimular
que la gente de la Corte
es muy dada a murmurar.
A las costas de Taringia va llegando un navío español. Dentro de él, Patricia, disfrazada de polizón se ha introducido para averiguar el paradero de la mujer que ansiosamente espera Taolí. Allí, la hechicera vivirá una serie de cómicas peripecias motivadas, fundamentalmente, por su disfraz de hombre. Pero la vida en el barco es más dura de lo que Patricia pensaba. No solamente conoce a Cintia, joven y hermosa madrileña que llega desde España para ver al hombre que ama, sino también a Martina, noble y generosa mujer, también de origen español deseosa de encontrarse con el hombre al que
más quiere en toda su vida. Para Patricia surge entonces una diatriba, ¿cuál de las dos mujeres es la que espera Arturo? Junto a ellas, varias delegaciones de diversos países también arriban a las costas taringianas para celebrar su fundación entre ellas unos estudiantes de Coimbra:
Somos cantores de la tierra lusitana,
traemos canciones de los aires y del mar.
Vamos llenando los balcones y ventanas
de melodías de la antigua Portugal.
Oporto riega en vino rojo las laderas,
de flores rojas va cubierto el litoral,
verde es el Tajo, verdes son sus dos riberas,
los dos colores de la enseña nacional.
Mientras tanto, en Taringia, las cosas parecen no ir demasiado bien. El Gran Duque del Pompón ve coquetear a su mujer con el Príncipe Picio, quien se deshace por Patricia y
Deseada, rencorosa, ordena matar a Cornelio cuando en ese instante aparece Taolí
descubriendo la verdad:
Pero la nobleza de Arturo Taolí es tal que le salva la vida al rey Cornelio justo en el instante en que el lacayo contratado por Deseada le dispara una flecha mortal hiriéndole tan sólo su brazo. El rey, en recompensa, le perdona la vida.
Mientras tanto, las delegaciones de los diferentes países que han llegado a Taringia van reuniéndose poco a poco en la Corte:
La fiesta ya va a comenzar
nunca en Taringia se vio nada igual.
Son tres veces cien,
los años que hoy
se cumplen de antigüedad.
No hay un país,
que no esté aquí,
pues todos mandan su Delegación,
para hacer honor
a la Fundación
de la gran nación.
Mandó el francés,
su Embajador.
Este señor, español.
El portugués,
junto al inglés
Y nadie faltó.
¡Qué emoción, singular,
las fiestas del Reino
tendrán majestad!
Su esplendor,
sin igual,
en el mundo entero
se recordará.
Hoy Taringia agradecida,
no olvidará ya en la vida
la fiesta, que quede en la memoria
de toda la nación.
Cintia descubre entonces que era al Príncipe Picio al que venía a ver ya que aquél le prometió, cuando estuvo en España, casarse con ella; por lo tanto, era Martina la mujer que tan ansioso esperaba Taolí: su madre. Por su parte, los restantes miembros de la Corte intentan escapar como pueden llevándose consigo dinero, alhajas y bonos del Estado, entre ellos Cornelio y Deseada y Sebastiana junto a Epifanio. Patricia entonces puede abrazarse a su amado y consumar la felicidad que el aciago destino tanto les había negado cantando al unísono el “Himno de Taringia”, hecho éste muy enraizado con las grandes espectáculos operísticos centroeuropeos:
Cariño, nace en mí con ansia loca,
me miro en tus ojos y en tu boca.
Y siento una dulce sensación
que acerca hacia mí tu corazón.
Taringia, no me importan los dolores,
Taringia, si florecen mis amores.
Por ella, nueva vida se abrirá.
Mi vida a la suya unida va.

Aquellas inolvidables revistas... (XXIII): S.E., la Embajadora (1958)

S.E., la Embajadora fue calificada por sus autores como “opereta en dos actos divididos en 25 cuadros, enprosa y verso” original de Arturo Rigel y Jesús Mª de Arozamena con 24 números musicales de Francis López. En la cabecera de reparto, cómo no, la inigualable Celia que, por aquél entonces contaba ya con 53 años y, junto a ella, Carmen Olmedo, vedette cómica (Viveca), Pepe Bárcenas, primer actor (Lucilo), Juan Barbará (Capitán Sergio- Arturo V de Taripania), Ángela Tamayo (Atilana), Laura Granados (Norma), Rubén García (Popón), Luis Galdós (Tientino) con la colaboración del ballet Celia Gámez, ballet The gay girls dancers de Londres integrado por Brigitte Hayes, Paula Davies, Joanna Lee, Xenia Newton, Elisabeth y Barbara Day, Maureen Mowbray, Pamela Mumford y la primera bailarina del Lido de París, la señorita Lucienne Denance. Todo ello da pretexto a Francis López para desarrollar musicalmente una de sus más felices y logradas partituras y posiblemente una de las más famosas de su vida. Resultaría difícil resaltar algún número de entre los veinticuatro que pueblan el argumento: la marcha “Yo soy la Embajadora”, la canción tirolesa “¡Qué difícil resulta mandar!”, el fox vaquero de “El caballo”, el foxtrot “El bailón” graciosamente interpretado por Celia y Pepe Bárcenas, el célebre calypso de Trinidad “¡Vaya calor!”, el beguine “Que voulez vous?”, la canción-vals “No sé qué siento”, la simpática “Canción del guau guau” con un inolvidable Rubens García, la marchiña “¿Me voy o no me voy?”, la “Serenata”... pero, sobre todo, puede asegurarse que el pasodoble “¡Ay, te quiero!” y el bolero “Un beso” se hicieron prontamente muy populares entre los espectadores de esta encantadora historia. Con la coreografía de Héctor Zaraspe, la escenografía de Mampaso, maquetas y asesoría de vestuario de Joaquín Esparza, realización de decorados de Sabate y Talens, vestuario masculino obra de Manuel Hervás (hijo) y del femenino por Vargas-Ochavia, Pedro Rodríguez, Ballester, Pepita Navarro y Pilar Díez, la obra contó, además con las labores en la luminotecnia de F. Benito Delgado y, como maestro orquestador, Gregorio García Segura:
Taripania, imaginario país de la Europa Central, antiguo Principado y hoy República Independiente, celebra con júbilo y algarabía la toma de posesión de su nuevo Presidente, Lucilo Perales. Éste, que empezó vendiendo miel, posteriormente cuchillas de afeitar y ahora se ha hecho el amo de la política gracias a su portentosa facilidad para hablar, ha sido elegido por votación popular gracias a la promesa que le hizo a su pueblo: suprimir los impuestos, subir los sueldos y bajar la vida; pero Lucilo es un pobre paleto de pueblo, eso sí, dotado de mucha labia, que necesita la ayuda de su prima, ahora su secretaria, la hermosa Viveca, para enfrentarse a los asuntos burocráticos que su importante puesto exige y que le resultan muy difíciles, tanto o más que mandar en su país.
Taripania espera ansiosa la llegada del Embajador de los Estados Juntitos, quien va a traer consigo leche para los niños y gasolina para los automóviles, materias casi extintas en el país. Pero, para sorpresa de todos, el Embajador tan ansiosamente esperado resulta ser una mujer. Una mujer, elegante, bella y muy inteligente, Ágata Ratimore:
Yo soy
de mi país Embajador
y voy
a ser mejor que el anterior.
Señora Embajadora
se me dirá
que siempre una señora
estará
dispuesta a toda hora
de muy buen humor
a prometer lo mejor.
Mientras tanto, Viveca, quien acude a la pequeña estación de tren que posee Taripania para esperar a la criada que destinan al servicio de la Embajadora, se encuentra con el capitán de la Guardia Presidencial, Sergio, a quien, confidencialmente, le revela que ha de comprar a mencionada criada para que pueda informarle en todo momento de los movimientos que la Embajadora realice dentro del país. Confidencia por confidencia. El valeroso y atractivo capitán le contesta que él espera la llegada de una posible “amiguita” del Presidente. Viveca le reprende y ordena que Lucilo sólo debe ver a esa mujer de lejos; no obstante es ella, en realidad, quien manda el país, pero, una vez llega al tren, sucede un pequeño malentendido: Atilana, supuesta nueva doncella, es confundida con la “entretenida” y Norma, vivaracha francesita, con la nueva criada de la Embajadora, aunque Sergio se da cuenta a tiempo y cada una acompaña al que previamente esperaba.
Se produce entonces la presentación de credenciales de S.E., la Embajadora ante el nuevo Presidente taripanio con gran entusiasmo para todos sus allegados. Allí, Viveca le confiesa a Norma que no puede tolerar su ronroneo con Lucilo porque está enamorada de él.
Lucilo y Ágatha se apartan unos instantes del cóctel que han dado en su honor. El Presidente no cesa de tirarle los tejos a la mujer mientras ella le revela que, a cambio del dinero que ha venido a ofrecer a Taripania, ella necesita el uranio que posee el país para la llamada bomba “Pum”. Ágata intenta ganarse la confianza de Lucilo invitándolo a bailar.
Viveca entonces ve a Popón, servicial ayudante de la Embajadora contratado por ésta para que haga de perro ya que, según ella, en su país escasean, y le paga dinero para que se lleve a Norma lejos del Presidente. En el instante de darle los billetes se da cuenta de que Popón es un antiguo conocido con el que tuvo, tiempo atrás un pequeño flirteo; pero lo que desconocen todos es que tanto Popón como Norma son dos “conspiradores” dispuestos a aprovecharse de cualquier incauto que se cruce en su camino y que les dé algo de comer. Su misión: intentar restaurar el Principado echando al Presidente de su puesto. Para ello, Popón paga una cantidad de dinero a Atilana de tal forma que ésta le dé a Viveca los informes que a su vez Popón le haya previamente dado.
Se va a celebrar la fiesta homenaje que Taripania tiene preparada para Su Excelencia, la Embajadora. Previamente, Tientino, Jefe de Protocolo del Presidente, se cuadra correctamente ante el Capitán Sergio. ¿Por qué? Ágata, a su vez, le llama, cuando están juntos, Arturo. Ella lo ama en secreto, pero no puede reunirse junto a él ni darle esperanzas porque le oculta algo, un oscuro secreto que Sergio se niega a desvelarle. Únicamente le confiesa que ha de dedicarse por entero a su labor. Y su labor no es otra que Taripania.
Por su parte e, intentando restaurar el Principado, Popón no cesa de ponerle artefactos bomba a Lucilo. En uno de sus intentos, el Presidente es rescatado por el propio Sergio. Éste, encarcela al terrorista y, posteriormente ordena ponerlo en libertad. Sergio, en realidad es el Príncipe Arturo V de Taripania, quien, por amor a Ágata, no va a consentir volver al trono que legítimamente le corresponde y prefiere renunciar por amor.
Una noche, mientras todos los personajes se reúnen en torno al Palacio de la Ópera de Taripania para escuchar a la gran diva Gamberrini, Popón prepara su última bomba. Entra sigilosamente en el camerino de la diva y le explica que, cuando ella cante un MI sostenido, el artefacto hará explosión; pero en lo que Popón no ha reparado ha sido en que la cantante era el propio Lucilo disfrazado. Al día siguiente los periódicos de Taripania anuncian que su Presidente ha dimitido
y se ha vuelto a restaurar el Principado. Arturo V volverá a reinar el país mientras que se
desconoce si la Embajadora va a permanecer o no a su lado.
Finalmente y, como en los cuentos de hadas, todo se resolverá favorablemente para sus protagonistas: Lucilo correrá al lado de la única mujer que verdaderamente lo ha amado y ha estado junto a él en los peores momentos, Viveca; por su parte, Popón y Norma conjugarán el verbo amar mientras que Arturo (Sergio) y Ágata prometen volver a verse de nuevo porque ambos se quieren, aunque ahora no sea el momento...

Aquellas inolvidables revistas... (XXII): El águila de fuego (1956)

Estrenada el 19 de enero de 1956, la obra relataba cómo una mística águila de fuego atacaba al conde Polenti en unacacería. La leyenda que al principio de la obra narra el viejo Yacub, quien regenta un parador de alta montaña próximo a la casa de la noble familia, cuenta que uno de los antepasados de los Polenti, al regresar de una guerra, encontró a su esposa con una niña a la que, abandonada en el bosque, la mujer había recogido entre sus brazos. Creyendo a la niña
ilegítima, el conde dio muerte a la condesa y a la criatura. Un hechizo maldito arrebató el
cuerpo de la niña haciéndolo vivir en las montañas, como mujer durante el día y como
águila de fuego durante la noche; desde entonces y, bajo la forma de animal ardiente, sólo ataca a los descendientes de la familia Polenti. La maldición únicamente podía romperse con la muerte de uno de los descendientes o su amor por la mujer hechizada. Fascinado por la leyenda, Claudio, nuevo conde de Polenti, recorre las montañas en busca del águila de fuego, encontrándola al amanecer, justo en el momento de su transformación mientras canta el precioso bolero que da título a la obra:
Soy el águila de fuego,
yo soy la misma de ayer
si me perdiera mañana
no me dejéis de querer.
En el fuego de un mal sueño
veo mis alas arder,
a otra vida y a otro ensueño
yo me siento renacer.
La luna se va escondiendo,
¿qué me trae, el nuevo día?
Triste la luna me envía
con su adiós, un amor.
Soy el águila de fuego,
por el día soy mujer
¿dónde está mi pensamiento?
Ni me importa ni lo sé.
Celinda, nombre que recibe desde ese momento la bella mujer, es invitada por Claudio a acompañarle y vivir con sus parientes y amigos y ésta acepta encantada, deseosa de conocer otros horizontes y otras sensaciones. Naturalmente el desenlace es feliz y Celinda queda liberada del hechizo por el amor de Claudio Polenti.
Y, junto a Celia Gámez, Lalo Maura, Manolito Díaz, Olvido rodríguez, Pepe Bárcenas, Licia Calderón... y una partitura de veinticuatro números musicales que prontamente alcanzaron el fervor popular del espectador que presenció su brillante puesta en escena: “El águila de fuego”, “Vivir, vivir, vivir”, “Arisca condesa”, “Las vespas”, “Todas son iguales”, “Chachachá de la risa”, “Todo va bien”, “Seré feliz”, “¡Pim, pam, pum!”, “Capri”, “Dolce Bambina”, “Quiere el amor primavera”, “Brindo”, “Desde que se ha ido esa mujer”, “Al volverte a encontrar”, “Dúo de Pío y Dunia”, “¡Viva la vida!”, “¡Viva Madrid!”, “El cazar es un gran placer”...