La muerte del libretista
sumió a su familia en la pobreza más absoluta y, Jacinto Guerrero, hombre de
buen corazón y sabidos principios morales, decidió ponerle música para intentar
ayudar en la medida de sus posibilidades a la familia del fallecido libretista[1].
A
partir de entonces, la leyenda de La Blanca doble no hizo sino comenzar.
La obra se eternizó en los carteles años y años, salió de gira por provincias
en varias compañías y dio unos más que buenos dividendos a los familiares de
sus autores.
Uno de los problemas
con que tuvo además que enfrentarse esta singular obra fue el de la censura.
Así, en algunas capitales de provincia como Las Palmas, topó con la
intransigencia del obispo de aquella ciudad, monseñor Antonio Pildain, quien
intentó por todos los medios posibles prohibir su exhibición en la capital
canaria; sin embargo, no pudo hacer nada al respecto, aunque eso no quitara
para que las señoras de Acción Católica se apostasen junto a la taquilla del
teatro para, de rodillas y con el rosario en la mano, pedir la salvación de las
almas de todos aquellos que acudían a la representación[2].
[1] Vid. LAGOS, Manuel: “La tristeza sobornada.
El otro teatro (y III). El teatro musical en Madrid (1940-1985): la revista”,
en ADE Teatro. Teatro de la España del siglo XX (III):1939-1985, nº 84,
enero-marzo 2001, págs. 206 y 207.
[2] Vid. FEMENÍA SÁNCHEZ, op. cit., págs.
283-290.
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