Cuando Celia Gámez escucha la nueva melodía que Padilla y Rigel han compuesto expresamente para ella, su corazón no cesa de bombear incesantemente conocedora del seguro éxito que le va a provocar cuando la cante.
Mientras la ensaya, advierte a sus chicas que todo ha de salir a la perfección, que no quiere error alguno y que han de trabajar hasta la extenuación con tal de que el número salga absolutamente perfecto y los primeros compases comienzan a sonar... Celia y sus tiples, ataviadas a la antigua usanza de los estudiantes de Coimbra, bandurria en la mano, comienza a cantar...
Somos cantores de la tierra lusitana,
traemos canciones de los aires y del mar.
Vamos llenando los balcones y ventanas
de melodías de la antigua Portugal.
Oporto riega en vino rojo las laderas,
de flores rojas va cubierto el litoral,
verde es el Tajo, verdes son sus dos riberas,
los dos colores de la enseña nacional.
¿Por qué tu tierra toda es un encanto?
¿Por qué, por qué se maravilla quién te ve?
¡Ay, Portugal, porque te quiero tanto!
¿Por qué, por qué te envidian todos? ¡Ay, por qué!
Será que tus mujeres son hermosas,
será será que el vino alegra el corazón.
Será que huelen bien tus lindas rosas
será, será que estás bañada por el sol.
Celia hace hincapié en el ligero doblamiento de la pierna de sus tiples cuando la secunden en una preciosa coreografía milimétricamente calculada para lucirse sobre escena.
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