
La casualidad o el destino hace que Pepita conozca a un caballero, Carloto Morroncillo, quien no cesa de cortejar a la mujer. Ella, conocedora de que un hombre así puede servirla para su particular venganza, accede a los ruegos de su pretendiente y la invita a un restaurante que, como habrán adivinado, resulta el mismo al que han ido a parar Polito y Lolita. Cada pareja, en su correspondiente reservado charla animadamente disfrutando de la velada hasta que Polito ve a Carloto y, ¡para enredar más el asunto! resulta ser su tío carnal. Polito y Pepita se descubren mutuamente en el restaurante, enterándose aquélla de que su acompañante no es otro que el prometido de su señorita, quien, al igual que ésta, pretendía dar su particular adiós a su vida de soltero. Polito, tras haber pedido perdón a su novia, decide que lo mejor para los dos es huir en tren.
Una vez en el andén, tanto las jefas, como las mozas de la estación entonan el siguiente número donde se compara a la mujer con las distintas clases de coches:
Por honesta y recatada
una niña casadera,
si de amor no sabe nada
es un coche de primera.
Mas si ya triunfó en amores
su pasión ciega y profunda
para sus adoradores,
es un coche de segunda.
[...] Las viuditas y casadas
que hacen caso de cualquiera
esas ya están tan pasadas
que son coches de tercera.
Y la que ninguno quiere
aunque vaya y venga sola,
si soltera al fin se muere,
ésa es el furgón de cola.
[...] Las cocots y las tanguistas,
que triunfan de tantos modos
y al amar se llaman listas,
son “slipin” para todos.
Y la suegra gordinflona,
que tiene genio de fiera,
por molesta y por gruñona,
ésa es siempre la “perrera”.
Una vez subidos al vagón, Lolita los descubre. Estos le suplican perdón y marchan a la Costa Azul francesa ante la mirada impertérrita y asombrada de Carloto que vé cómo todos se van mientras él pierde el tren. Finalmente, todo se resolverá a favor de Polito y Pepita a la par que Lolita dará el merecido escarmiento a su prometido por intentar mantener una aventura con su doncella.
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