¡VIVA LA REVISTA!

¡VIVA LA REVISTA!

jueves, 31 de julio de 2008

Queta Claver, la "otra" reina de la revista (VI)


El argumento de la revista no deja de ser todo lo enrevesado que este tipo de obras requieren: la acción nos sitúa en un caluroso agosto madrileño en donde los ciudadanos acuden a las piscinas de Ciudad Lineal a bañarse y, por la noche, divertirse en las diversas verbenas que pueblan los múltiples barrios de la ciudad. Ello da pie al primer número musical de la obra, el célebre pasodoble “Farolillo verbenero”:
Farolillo
verbenero,
pon colores en la cara
de la chula que más quiero.
A tu sombra,
farolillo,
juntaremos nuestras bocas
al compás de un organillo.
Farolillo
verbenero,
no nos dejes sin tu luz...
¡Que tu luz es el recuerdo
del Madrid que fue testigo
de mi alegre juventud!...
Tras el número, comienza la acción propiamente dicha presentándonos a Jacinto, un rodríguez veraniego que, mientras su familia pasa el verano en Las Navas, él se divierte en Madrid conquistando a jovencitas de buen ver. Una de ellas es Teresa, a quien le ha hecho creer que es viudo; la situación se complica cuando aparece don Prudencio, padre de la chica y antiguo compañero de Jacinto, a quien no veía desde hacía veinte años. Ambos comienzan a contarse algunas de las anécdotas vividas en el transcurso de ese tiempo y Jacinto le cuenta su flirteo con Teresa sin saber que es hija de aquél; sin embargo, cuando se descubre la verdad, Jacinto la abandona y marcha con su familia al lugar de veraneo. Para darle una lección al galán, Florentina, hermana de Teresa se hace pasar por ésta ante la familia de Jacinto.
Paralelamente, don Íñigo, padre de Jacinto, tuvo, en su juventud amores con Clotilde Pancorbo de Torremolina, vizcondesa de Piconevado, pero sus amores eran imposibles. Cuando los jóvenes fueron separados juraron mutuamente que sus hijos sí que se casarían; sin embargo, los dos tuvieron un varón por lo que la promesa pasa a los descendientes de estos; así, pues, el nieto de Clotilde ha de casarse con la hija de Jacinto y su mujer, Consuelo, pero, desgraciadamente, el matrimonio aún no ha podido tener descendencia, algo que irrita sobremanera a don Íñigo; sin embargo, cuando Consuelo encuentra en una chaqueta de su marido una carta de aquél destinada a Teresa, Benjamín, leal amigo de aquél y, para intentar echarle una mano, revela que Teresa no es otra sino un desliz de juventud de Jacinto y, por lo tanto, hija suya, algo que alegra enormemente a don Íñigo. Para complicar aún más las cosas, aparece en escena Aurora, antigua “amiguita” del padre de Florentina, con quien mantuvo una aventura tiempo atrás. Ésta ha sido contratada por Bienvenido, pasante de Jacinto para que se haga pasar por Teresa y así ayudar a su jefe, aunque, en realidad, lo que hace no es sino enrevesar el entramado argumental de la obra cuando, en lugar de hacerse pasar por Teresa, la obligan a ser hermana de aquélla y, por lo tanto, hija de don Prudencio. Este conflicto sirve de excusa para uno de los temas más famosos de la obra, el baiao titulado “El sabio Salomón”:
Salomón
decía con tesón:
Las cosas se arreglan solas;
es cuestión
de hacerse el remolón,
y no sufrir sin ton ni son.
Si ser feliz quieres,
ríe que ríe,
y echa las penas
del corazón...
¡Hay que vivir, niño,
con alegría
y sin ninguna
preocupación!...
Salomón,
el sabio Salomón
tenía toda la razón.
Pero, en lugar de aclararse las cosas, éstas vuelven a complicarse nuevamente cuando el nieto de Clotilde resulta ser el verdadero novio de Teresa. Finalmente todo se arreglará para Jacinto, quien, habiendo aprendido la lección, no volverá a ser de nuevo un rodríguez en vacaciones.

No hay comentarios: