¡VIVA LA REVISTA!

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sábado, 8 de diciembre de 2007

Celia Gámez, la reina de la revista (II)


Pero no sería hasta 1925 cuando, acompañando a su padre para cobrar una herencia familiar en Málaga[1], la vedette argentina llegara a nuestro país, concretamente al puerto de Barcelona donde, desde allí se trasladaría en ferrocarril hasta Madrid. Durante el trayecto y, para hacer más llevadero el duro viaje, Celia decide cantar unos tangos y matar así el tiempo sin sospechar que, en un departamento contiguo, viaja la Marquesa de la Corona quien la oiría cantar y quedaría entusiasmada desde entonces con la chica. Le gustó tanto a la Marquesa que decidió invitarla a participar en un festival que ella misma iba a organizar a beneficio de la Protección Escolar durante las Navidades próximas y que tendría lugar en el coliseo situado en la castiza calle de Embajadores, el Teatro Pavón (¡quién iba a decirle a la chica que años más tarde cosecharía uno de los éxitos más atronadores de su carrera con Las leandras en aquel mismo escenario!).
El otrora famoso y más querido tenor del momento, Miguel Fleta, sería el encargado de presentar a la muchacha ante un público asombrado por el simple hecho de ver a una mujer cantando tangos, canción puesta de moda en Madrid gracias a Spaventa, un joven elegante, aunque un tanto estático, pero dotado de una estupenda voz que le hizo triunfar de forma fulminante. De esta forma, Celia se hace tremendamente popular entonando milongas, tangos, vidalitas y otras tantas canciones gauchas como fin de fiesta recorriendo con ello varios coliseos madrileños y diversos lugares de nuestra geografía nacional. Inmediatamente es contratada para el Romea por el empresario José Campúa y se la empieza a conocer bajo el seudónimo de “La perla del Plata”. Entre los asistentes a una de las veladas en las que ella cantaba, y no sería precisamente la última que acudiera, se encontraba el rey Alfonso XIII acompañado de su esposa, Dª Victoria Eugenia, con algunos familiares, amén de una representación del Gobierno encabezada por su Presidente, Miguel Primo de Rivera. El rey acudió varias veces a su espectáculo colmándola de elogios y atenciones, mientras ella, agradecida le cantaba como nadie una de sus melodías favoritas:
Mamita,
yo sé que mi culpa
no tiene disculpa,
no tiene perdón.
Mamita,
yo sé que sos buena
y comprendés la pena
de mi corazón.

[1] Precisamente Celia siempre llevaría a gala ser descendiente de un malagueño hasta el final de sus días; no obstante, en 1954, cantó a la tierra de su progenitor un pasodoble de impecable factura compuesto por el maestro Moraleda para la opereta Dólares en el que elogiaba las maravillas de la llamada “capital de la Costa del Sol”: “Málaga, peineta rubia / sobre la blonda del mar. / Un encaje azul y plata / que se perfuma de azahar. / Mujer, guitarra y palmera, / oro vibrando en la luz, / tan gitana y tan torera, / prodigiosa revolera / sal y sol de lo andaluz. / Dame tu aroma claro jazmín, / dame tu fuego rojo clavel / que tengo tengo / tengo un querer / y cómo cambia la vida / escondida en el Perchel / . Carne de bronce, alma de lumbre / moro y remoro por español. / Te quiero, te quiero quiero, / ¡ay, mi malagueño amor!”.

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