En 1910 se derroca la construcción original hecha de madera y se lleva a cabo una importante reforma a cargo del arquitecto modernista barcelonés Manuel Joaquim Raspall (discípulo de Domènech i Montaner), que dota al interior del local de una configuración que llega hasta hoy. Excepto por un breve paréntesis de cinco meses en los que el teatro pasa a llamarse Petit Palais, el nombre de Petit Moulin Rouge se mantiene hasta 1913, cuando se acorta a Moulin Rouge. Años después, coincidiendo con la Exposición Internacional de 1929, se encarga al arquitecto Josep Alemany i Juvé la remodelación de la fachada. Se añaden los elementos decorativos que recuerdan a un molino, entre los que destacan las emblemáticas aspas giratorias que se convierten en todo un icono del Paralelo. La victoria del bando nacional en la Guerra Civil Española conlleva la prohibición de los nombres “afrancesados” y de todos aquellos calificativos que hagan referencia al comunismo, lo que obliga a cambiar una vez más el nombre por el definitivo El Molino. El matrimonio formado por Francisco Serrano, dueño del histórico teatro El Bataclán, y Vicenta Fernández compra el local y, poco a poco, le devuelve el aire de café concierto que había perdido en la anterior etapa. A partir de los años cuarenta, El Molino emerge en el Paralelo como un teatro singular, con normas propias, ofreciendo una lección constante de libertad, de sublimación de lo popular, de grandeza de barrio y de erotismo sano. Son los años de la mítica Bella Dorita, la primera gran estrella de este local. El girar de las aspas de El Molino marcará el ritmo de la ciudad en las siguientes décadas y por su escenario desfilarán artistas ya legendarios como Lander y Leanna, Mary Mistral, Mirko, Pipper, Johnson, Escamillo, Christa Leem, La Maña y Merche Mar, entre otros.
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