* Pasodoble: De carácter marcial y escrito en compás de dos por cuatro, tradicionalmente se consideraba destinado a ser interpretado por bandas militares para que los ejércitos marchasen al paso, fijándose su velocidad en torno a los 120 ó 140 pasos por minuto. Es uno de los números musicales que, junto al chotis y al fox, va a aparecer siempre en cualquie revista que se precie, por lo que no es de extrañar los múltiples pasodobles que, de impecable factura, nos dejaron maestros como Moraleda, Alonso o Guerrero, fundamentalmente. Sanz de Pedre distingue cuatro variedades de pasodoble: regional, donde se intenta adaptar cantos o ritmos regionales al ritmo de pasodoble, incluyendo dentro de esta categoría el pasodoble flamenco; el taurino, destinado a interpretarse en las plazas de toros, con giros melódicos a cargo de las trompetas, habitualmente recargados de adornos que imitan melodías tradiconales andalucistas; militar, cuya función impone tonalidades mayores y permite la intervención de cornetas y tambores combinados con la banda de música, siendo en general el trío menos vigoroso y sin cornetas y el pasodoble de concierto. Se viene a comparar con el pasacalle o marcha, aunque se su denominación se debe, esencialmente a la vinculación o no a la actividad militar[1]. Entre ellos destacan “La banderita”, de Las corsarias (1919), “Soldadito español”, de La orgía dorada (1928), “Los nardos”, de Las leandras (1931), “Horchatera valenciana”, de Las de los ojos en blanco (1934), “Carmen, la cigarrera”, de Mujeres de fuego (1935), “Eugenia de Montijo”, de ¡Cinco minutos nada menos! (1944) “Luna de España”, de Hoy como ayer (1945), “El beso”, de La estrella de Egipto (1947), etc.
[1] Vid. CASARES RODICIO, op. cit. págs. 438-439 y cfr. con FEMENÍA SÁNCHEZ, op. cit. págs. 20-24.
[1] Vid. CASARES RODICIO, op. cit. págs. 438-439 y cfr. con FEMENÍA SÁNCHEZ, op. cit. págs. 20-24.
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