¡VIVA LA REVISTA!

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viernes, 19 de octubre de 2007

Breve historia de la revista (I)


Según el Diccionario de la Real Academia Española, el término “revista”, designa, en sus dos acepciones, a un “espectáculo teatral de carácter frívolo en el que alternan números dialogados y musicales” y también a un “espectáculo teatral consistente en una serie de cuadros sueltos, por lo común, tomados de la actualidad”. Nos quedaremos, por ahora, con esta segunda definición puesto que, la revista, en sus orígenes, pretendía ofrecer al espectador una variada gama de sucesos que habían acaecido a lo largo del año en curso[1]; posteriormente y, debido a su evolución, la revista tomaría otros matices totalmente diferentes al poner en escena unos argumentos más o menos frívolos, con chicas ligeritas de ropa y música muy pegadiza.
Sin embargo, antes de adentrarnos en lo que hoy en día se conoce como “revista”, es preciso sentar las bases de su aparición para que el lector pueda comprender cómo se formó este género tan singular y denostado por la crítica especializada.
La revista, como género teatral consistente en dar un ligero repaso a los acontecimientos más notables sucedidos durante un año nació en 1864 de la mano del escritor andaluz José Mª Gutiérrez de Alba, llegado a Madrid desde Sevilla llevando consigo una extraña obrita titulada 1864-1865, obra sin apenas intriga, ni enredo, ni amores enajenados por una devastadora pasión... antes bien, se trataba de una mera excusa para poner en escena aquellos sucesos que habían sido relevantes para la sociedad madrileña de esos años; de tal forma que, sobre el proscenio aparecían, convertidos en personajes La Moda, La Danza, La Lotería, El Lujo... todos ellos encarnados en la espléndida figura de esculturales señoritas que atraían al público masculino, a la par que algún que otro cómico animaba a los presentes con unos cuantos chistes, divirtiéndolos notablemente con estas simples ocurrencias. La obra gozó de un sorprendente éxito, algo que llevó a su autor a copiar el mismo modelo con su siguiente producción, 1866-1867, aunque, en esta ocasión, aparecerían Las Calles, Los Periódicos más importantes... Había nacido un nuevo género teatral: la revista y, desde entonces, múltiples autores se apuntaron a la moda de plagiar el modelo de Gutiérrez de Alba: Navarro Gonzalvo, Salvador Mª Granés, Felipe Pérez y González, Guillermo Perrín, Miguel de Palacios, Carlos Arniches[2], etc.
En el otoño de ese mismo año, 1866, Francisco Arderíus representó con su compañía teatral el disparate cómico El joven Telémaco, con libreto de Eduardo Blasco y una pegadiza y vibrante partitura obra del maestro José Rogel. Arderíus, quien se había empapado en París de las operetas de Offembach a la par que de los espectáculos frívolos, ligeros y ocurrentes que se ponían en escena en la capital francesa, decidió llevar mencionada fórmula a la mentalidad española, creando para ello una compañía que se especializaría en llevar al proscenio una variada gama de obras de argumento ligero, con las que el espectador pudiera distraerse, y decidió crear así su compañía de “Los bufos madrileños”. Arderíus decidió aderezar el libreto que Blasco le proporcionase con chispeantes señoritas de buen ver, algo que, sin lugar a dudas, atraería al público masculino. Así nació la que puede considerarse como el primer antecedente de la revista frívola, esto es, por las pocas ambiciones que tenía: entretener y divertir al espectador. En El joven Telémaco aparecía un número cantado por unas bellas señoritas, bastante ligeritas de ropa, cantando una particular melodía:


Suripanta, la suripanta,
macatruqui de somatén;
sun furibún, sun furibén.
maca trupitén sangarinen.

Fue tal el éxito logrado por este número que la palabra “suripanta” comenzó a popularizarse como sinónimo de corista, de ahí que el mismo Diccionario de la Real Academia decidiera incluirlo entre sus vocablos[3].
En sus comienzos, la revista tenía pocas ambiciones literarias; simplemente buscaba el regocijo del espectador en su butaca haciéndole olvidar parte de sus problemas y evadirlo de la realidad que le circundaba. De ahí que Enrique Prieto, Salvador Lastra y Andrés Ruesga, actores del Teatro de Variedades, compusieran una chispeante obra con música de los maestros Federico Chueca y Joaquín Valverde: De la noche a la mañana, obra que gozó del agrado del público y que narraba las peripecias acaecidas a su protagonista durante un sueño. La partitura, vibrante, pegadiza y, sobre todo y, muy especialmente, popular, atrajo a un numeroso público que, agradecido, supo colmar con aplausos la notable ocurrencia de estos tres actores. Corría el año 1883. Estos mismos autores se lanzaron a escribir un buen número de obras ligeras de argumento que también gozaron del favor popular del espectador. Títulos como Vivitos y coleando (1884), Luces y sombras (1884) y En la tierra como en el cielo (1885), fueron algunas de las primeras revistas que entusiasmaron al público.
En este último tercio del siglo XIX, múltiples son los títulos que vienen a conformar los inicicios de la revista musical española: ¡Hoy sale, hoy! (1884), Villa y palos (1884), Verónica y Volapié (1884), El marqués del Pimentón (1887), Ortografía (1888), Madrid Club (1889), El plato del día (1889), Panorama Nacional (1889), entre otras muchas, son algunos ejemplos que vienen a configurar los incipientes comienzos de este popular género[4]. Sin embargo, no será hasta el 2 de julio de 1886 cuando la revista comenzase a dar fruto a una de sus mejores obras: La Gran Vía, monumento del género estrenada en el veraniego Teatro Felipe y que consagra a sus autores, Federico Chueca y Joaquín Valverde en la parte musical y Felipe Pérez y González en la autoría del libreto.
Desde hacía tiempo, en el Madrid de la época se hablaba de dotar a la ciudad de una avenida más amplia que dejase asombrados a los visitantes y fuera orgullo y gloria de la capital del reino. Una mañana, Felipe Pérez y González, al leer un priódico en el que se daba cuenta de los pormenores de mencionado proyecto, supo ver en ello un argumento para una posible obra teatral e, inmediatamente, se puso manos a la obra. Así, los barrios y las calles de Madrid comenzaron a tomar forma al encarnarse en bellas mujeres que entablaban un gracioso diálogo unas con otras. Números como el celebérrimo tango de “La Menegilda”, la jota de “Los ratas” o el vals del “Caballero de gracia” fueron prontamente tarareados por el Madrid de la época y pasaron a engrosar parte del acervo popular del país erigiendo a La Gran Vía como la primera revista cómico-lírica que triunfó en el género.
Otra de las obras que merece nuestra atención en este final de siglo fue la que se estrenó en el verano de 1896 en el Teatro Príncipe Alfonso: Cuadros disolventes, revista con letra de Perrín y Palacios y música del maestro Manuel Nieto donde podían apreciarse dos números musicales que hicieron furor en la época: el chotis “Con una falda de percal planchá” y los célebres cuplés de Gedeón, cuya primera letrilla era una sátira mordaz contra los Estados Unidos:

Fue una tarde a retratarse
un señor de Nueva York,
y el fotógrafo Compañy
con cuidado lo enfocó.
Pero al ir a revelarse
el clisé de aquel señor,
¿qué dirán, señores míos,
qué dirán qué sucedió?
Sucedió una cosa extraña,
una cosa muy atroz...
Que, aunque solo a retratarse
fue el señor a Nueva York,
¡resultó con un... paisano
como tiene San Antón!




[1] Es a partir de entonces cuando comienza a acuñarse la expresión “pasar revista” como sinónimo de “revisar” o “repasar”.
[2] Para más información, remitimos al lector interesado al capítulo titulado “La revista cómico-lírica”, en MARTÍNEZ OLMEDILLA, A.: Arriba el telón, Madrid, Aguilar, Colección “Panorama de un siglo”, 1961, págs. 271-290.
[3] El término es empleado con las siguientes acepciones: “Mujer ruin moralmente despreciable. Mujer que actuaba de corista o de comparsa de teatro”.
[4] Véase además el Catálogo del Teatro Lírico español de la Biblioteca Nacional, Madrid, Ministerio de Cultura, Dirección General del Libro y Bibliotecas, 3 vóls., 1986 y también IGLESIAS DE SOUZA, Luis de: Teatro lírico español, A Coruña, ed. Excma. Diputación Provincial de A Coruña, 1992, donde el lector interesado podrá tener cumplida cuenta de todas y cada una de las obras que se estrenaron en estos años.

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