¡VIVA LA REVISTA!

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jueves, 1 de noviembre de 2007

Breve historia de la revista (V)


Desde 1936 y durante los tres años que dura la cruenta Guerra Civil, ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia van a seguir programando en sus teatros, a pesar de las necesidades del momento, revistas que continúan abarrotando los coliseos proporcionando a su público fiel, un respiro dentro de tanta angustia.
Así pues, los títulos anteriormente citados se repiten promoviendo en su puesta en escena una libre exhibición de desnudos y libretos llenos de procacidades, groserías y chistes picantes y atrevidos. Ello continuará hasta 1939, fecha en que, con la victoria del bando nacional, se imponga una dura y férrea moral promovida por un aparato de reciente creación: la censura, encargada de salvaguardar el alma de los españoles de la época. De esta forma, la revista habrá de amoldarse a las nuevas normas que impone este aparato político y religioso adaptándose a las nuevas necesidades y prohibiciones y acercándose más a las formas de la comedia musical que en la pantalla grande promovían estrellas como Fred Astaire, Deanna Durbin o Ruby Keeler. Durante este largo período, el género vivirá su época más productiva hasta mediados de los sesenta aproximadamente.
Ahora, dos de los compositores más fecundos, Alonso y Guerrero, darán al espectador los títulos más emblemáticos y los de mayor éxito; aunque otros compositores como Daniel Montorio, José Padilla, Manuel Parada o García Morcillo ofrezcan sus mejores obras. Sin embargo, volverá a ser Celia Gámez la que provoque el cambio cualitativo que el género va exigiendo y se adapte a los nuevos tiempos que corren.
Es la época de la hambruna, de la reconstrucción del país, de las cartillas de racionamiento y el estraperlo; de las largas colas en las puertas de los comedores y asilos para pedir un trozo de pan, de la leche en polvo y del pan de centeno..., por lo que la alocada y frenética revista del primer tercio del siglo no parece muy propicia.
Celia Gámez vuelve a España y se incorpora como tiple cómica a la Compañía de Zarzuelas y Operetas que dirige Eladio Cuevas. Un día, en Burgos, la compañía interrumpe su actuación porque en la plaza de la Catedral se estaba representando un auto sacramental de Calderón. Celia entonces comprende que la envergadura del teatro áureo es la que necesita el musical español y así, regresa a Madrid en febrero de 1940 y decide reponer en el escenario del Teatro Eslava El baile del Savoy incorporando al mismo una marchiña que prontamente se haría muy popular: “Mamáe eu quero”. Ese mismo año y en ese mismo escenario, Celia pondría en escena el 1 de marzo la revista que llegaría a convertirse en el primer éxito de la posguerra: La Cenicienta del Palace, con libreto de Carlos Somonte (seudónimo de Luis Escobar) y música de Fernando Moraleda, trompeta de la banda del “Generalísimo”. La obra en sí constituyó un enorme revuelo para la época, ya no sólo por lo blanco de su libreto y una puesta en escena llena de buen gusto, sino por los figurines encargados expresamente para la ocasión a Víctor Mª Cortezo y, además, por su partitura, especialmente en lo referida a dos números: “La marchiña” y el blues “Vivir”:
Vivir, vivir y olvidar,
vivir.
Vivir y olvidar
mañana y ayer,
vivir, soñar.
Desde entonces, no hubo una emisora de radio, patio de vecinas, salón de té o hall de hotel que no tararease esta canción, preludio de lo que se pretendía instaurar con el nuevo régimen, un período de larga y duradera paz haciendo olvidar las penurias tanto de la guerra como del anterior gobierno. Celia da en la diana y, a partir de entonces, su popularidad se acrecienta notablemente con cada uno de sus estrenos erigiéndose como la indiscutible reina del género. La vedette acerca a la mujer de a pie a la revista, un género generalmente frecuentado por varones y otorga al sexo femenino el verdadero lugar que le corresponde muy alejado de la chabacanería y la procacidad a la que solía someterse a la mujer en las primeras revistas de la preguerra. Ahora, Celia convierte al sexo femenino en alma y léit-motiv del género puesto que será gracias a ella donde el buen gusto, la espectacularidad y la brillantez de sus producciones otorguen al género la solemnidad que éste se merece comparándosele con las grandes producciones europeas y de Broadway. Había nacido, pues, la comedia musical española y es que la censura había prohibido la denominación de “revista” a este tipo de espectáculos, por lo que sus autores se las ingenian “apellidando” a sus creaciones con las denominaciones más variadas[1]: humorada cómico-lírica, pasatiempo cómico-lírico, zarzuela cómica-moderna, opereta... son sólo unos ejemplos de la fecunda cantidad de subgéneros teatrales que surgen ahora. Celia incorpora, además, a sus producciones la figura del bailarín masculino, del “boy”, junto a las vicetiples, por lo que sus espectáculos rezuman modernidad y distinción. Figuras como Tony Leblanc, Pedro Osinaga, Manolo Gallardo o José Manuel de Lara son sólo unos ejemplos de los “boys” que salieron de las filas de Celia Gámez; pero es que, además, Celia se fragua una sólida reputación contratando a las vicetiples más guapas y estilizadas para sus revistas sometiéndolas a un duro régimen de trabajo para que todo saliese a la perfección. Así, pues, distinción, modernidad, belleza, buen gusto y sentido del espectáculo, son las bases por las que Celia Gámez boga en estos momentos.
De 1940 son también obras como Vampiresas 1940 o La calle 43, alcanzando ambas notable popularidad. Acaba de comenzar la época dorada del género y los títulos son innumerables: Ladronas de amor (1941), Todo por el corazón (1941), Doña Mariquita de mi corazón (1942), Una rubia peligrosa (1942), Rápido Internacional (1942), Luna de miel en El Cairo (1943), Llévame donde tú quieras (1943), La media de cristal (1943), La canción del Tirol (1943), Una mujer imposible (1944), Dos millones para dos (1944), Déjate querer (1945), Tres días para quererte (1945), El hombre que las enloquece (1946), Entre dos luces (1946), Historia de dos mujeres (1947), ¡Róbame esta noche! (1947), ¡Vales un Perú! (1947), La locura de Alicia (1947), Veinticuatro horas mintiendo (1947), Un pitillo y mi mujer (1948), Te espero el siglo que viene (1948), ¡Taxi... al cómico! (1948), Las viudas de alivio (1948), Los babilonios (1949), Los dos iguales (1949) y un sinfín de títulos más que hacen, de los años cuarenta, la primera década dorada para el género.
[1] Vid. MONTIJANO RUIZ, Juan José: Una aportación al estudio de la historia escénica española: el problema en la denominación de los subgéneros teatrales. Análisis y causas de su diversidad, Granada, Ediciones Método, 2007 y también Teatro frívolo. Historia y análisis de una colección dramática (1935-1936), Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba), Gráficas Peñarroya, 2006.

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